En el marco del Día Mundial de la Meningitis que se conmemora el 24 de abril, repasamos las características principales de esta enfermedad infecciosa de suma gravedad que suele aparecer en las primeras etapas del desarrollo infantil. Cómo se contagia, cómo prevenirla, cuáles son los síntomas y en qué se basa su diagnóstico y tratamiento. Todo lo que tenés que saber en esta nota.
¿Qué es la meningitis?
La meningitis es una enfermedad de suma gravedad que afecta la médula espinal y las membranas del cerebro causando graves lesiones, discapacidad y en algunos casos, la muerte.
Es una enfermedad infecciosa que ocurre por la aparición de un virus o bacteria en el organismo que causa una inflamación severa en las meninges.
Este padecimiento puede ser causado por otros agentes como los hongos o la aparición de lesiones tumorales o el cáncer. Si no se controla a tiempo, puede producir daño cerebral e incluso la muerte.
¿Cómo se contagia?
Lo más común es que la meningitis aparezca en las primeras etapas del desarrollo infantil, sobre todo cuando los niños no son vacunados en el período estipulado de los primeros seis años de vida, sin embargo, la enfermedad puede ser trasmitida a cualquier edad por algunos agentes contagiosos.
- En los niños: puede ocurrir por trasmisión de algún contagio a través de la mucosa de la boca o la respiración.
- En la población joven o adulta: puede ocurrir por medio de la tos, el beso o ingerir alimentos o bebidas que hayan sido tocadas por una persona infectada.
Prevención y vacunación
La manera más adecuada de prevenir la meningitis es a través de las vacunas. Esto ayuda a combatir la bacteria llamada meningococo tipo A y C y el neumococo, además neutraliza su aparición en el organismo y en caso de aparecer, mata la bacteria.
Por lo general esta vacuna es aplicada en niños a partir de los primeros meses de vida. Es suministrada en varias dosis. Causa algunos síntomas leves y no puede ponerse si el menor presenta fiebre.
El problema real de la aparición de la meningitis es que muchas personas no saben detectar a tiempo los síntomas que la producen y cuando ya la enfermedad está presente, a veces es demasiado tarde para el paciente.
En este sentido, saber reconocer estos síntomas es de vital importancia, sobre todo, en la población infantil, que es la más vulnerable en la mayoría de los casos.
Síntomas
Los síntomas más frecuentes son rigidez de nuca, fiebre elevada, fotosensibilidad, confusión, cefalea y vómitos. Incluso cuando se diagnostica tempranamente y recibe tratamiento adecuado, un 5 a 10% de los pacientes fallece, generalmente en las primeras 24 a 48 horas tras la aparición de los síntomas. La meningitis bacteriana puede producir daños cerebrales, sordera o discapacidad de aprendizaje en un 10 a 20% de los supervivientes. Una forma menos frecuente pero aún más grave de enfermedad meningocócica es la septicemia meningocócica, que se caracteriza por una erupción cutánea hemorrágica y colapso circulatorio rápido.
Diagnóstico
El diagnóstico inicial de la meningitis meningocócica puede establecerse a partir de la exploración física, seguida de una punción lumbar que muestra un líquido cefalorraquídeo (LCR) purulento. A veces se puede observar la bacteria en el examen microscópico del LCR. El diagnóstico es respaldado o confirmado por el cultivo positivo de la sangre o del LCR, las pruebas de aglutinación o la reacción en cadena de la polimerasa (PCR). La identificación de los serogrupos y el antibiótico son importantes para definir las medidas de control.
Tratamiento
La enfermedad meningocócica puede ser mortal y debe considerarse siempre como una urgencia médica. Hay que ingresar al paciente en un hospital o centro de salud, aunque no es necesario aislarlo. El tratamiento antibiótico apropiado debe comenzar lo antes posible, de preferencia después de la punción lumbar, siempre que esta se pueda practicar inmediatamente. El inicio del tratamiento antes de la punción puede dificultar el crecimiento de la bacteria en el cultivo de LCR y la confirmación del diagnóstico.
Se pueden utilizar diferentes antibióticos, como la penicilina, ampicilina, cloranfenicol y ceftriaxona.